lunes, 16 de junio de 2014

Semana el 16 al 20 de Junio

Un triunfo que no sabe a gloria

Por María Jimena DuzánVer más artículos de este autor 

OPINIÓNEl presidente Juan Manuel Santos debería leer con prudencia el resultado obtenido en las urnas porque su victoria no nos sabe a gloria. Un análisis de María Jimena Duzán sobre los comicios de este domingo.

Un triunfo que no sabe a gloria. Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga

Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga

Foto: Archivo Particular

El presidente Juan Manuel Santos debería leer con prudencia el resultado obtenido en las urnas porque su victoria no nos sabe a gloria. Para comenzar, su triunfo no se lo debió a su capacidad de hacernos soñar con un país en paz, sino al temor q
ue suscitó entre la centro-izquierda la posibilidad de que el expresidente Uribe pudiera volver al poder. Que no se equivoque el presidente: en las elecciones no triunfó la esperanza como dijo en su discurso inaugural, ganó el antiuribismo. Y una victoria en condiciones tan precarias debería prender las alarmas internas del presidente y  hacerlo reaccionar en torno a sus limitaciones y a sus errores. 

Por eso esta no puede ser la hora de magnificar la victoria sino el momento de detectar los errores que se cometieron porque fueron muchos y muy grandes. El primero de ellos fue creer que la Unidad Nacional representaba algo distinto a la arrogancia de las élites tradicionales. Y en ese sentido, lo primero que tendría que hacer Santos es recomponer sus bases políticas con el propósito de reconectarse con el país. Un gobernante que no se conecta con la gente, no puede hacer la paz por más de que se logre poner fin al conflicto en La Habana. 

Santos debería aprender eso de su adversario Uribe, quien a pesar de su cinismo, tiene una habilidad impresionante para conectarse con la gente. Y si el presidente quiere ser un gobernante medianamente popular, debe hacer varios cambios drásticos en su forma de hacer y concebir la política. Un buen comienzo sería el de aceptar de una vez por todas que su querida y favorecida unidad nacional no solo no le puso un voto, así ahora saque pecho dando el parte de victoria, sino que tampoco se sintonizó con el país. Ni los Gaviria, ni los samperes, ni los galanes, ni los Vargas lleras, ni los parody, ni los hijos de, ni los ñoños ni sus musas, fueron capaces de deponer sus interéses personales ante el interés supremo de la paz. Pudieron más las peleas internas entre todos ellos y las ambiciones personalistas que las ganas de aportar a la construcción de ese nuevo país.

 Nos impusieron su arrogancia, su miopía y su mezquindad y fueron los votantes de centro izquierda, -liderados por figuras como Mockus y Clara Lopez, que si supieron sobreponer sus intereses al bien supremo de la paz, los que salieron a lanzarle a Santos un salvavidas para que no se ahogara. 

Es claro que el país no se ve representado en esa clase política tradicional que mira a Colombia desde los clubes de Anapoima. Y si Santos no lee bien este momento e  insiste en perpetuarla no va a poder pasar a la historia como el presidente de la paz. En consecuencia, debería cambiar todo su gabinete y reemplazarlo por gente de carne y hueso, que les duela este país y esté dispuesta a jugársela por sacar adelante las reformas sociales que saldrían si se firma el fin del conflicto con las Farc. En otras palabras, Santos va a tener que abrirle el paso a lo que muchos en la unidad denominan despectivamente como “la ralea” y aceptar que esa gentuza de centro-izquierda está más conectada con la necesidad de la gente que los hijos de Gaviria, de serpa o de Galán. 

La otra lección es que tiene que recuperar su liderazgo sobre las fuerzas militares, que perdió en esta campaña. Hasta su ministro estrella, Juan Carlos Pinzón, terminó en la orilla contraria,  dándole voz a los militares retirados y a los activos que no solo se opusieron al proceso de paz sino que lo torpedearon en alianza con el expresidente Uribe alrededor del cual muchos generales y coroneles activos cerraron filas públicamente en un hecho sin precedentes desde los tiempos de La Violencia. Sin los militares la paz tampoco será posible y Santos va a tener que liderar con inteligencia y mesura su reconquista.  

Finalmente, Santos debería ser generoso con sus adversarios y hacer un gesto de reconciliación con el uribismo o por lo menos con sectores representativos. La polarización con que terminó esta campaña no sirve para impulsar ningún clima de reconciliación ni de paz y tender puentes con ellos debería ser uno de sus primeros actos de gobierno. No puede ser que vayamos a firmar la paz con las Farc y no seamos capaces de hacerlo con los uribistas. El país no quiere más guerra ni más pugnacidad. Es momento de deponer los ánimos y volver a la sensatez porque irremediablemente nos a tocar construir la paz con los uribistas. 

Dice Michael Ignatieff, que los pueblos democráticos deberían buscar siempre a gobernantes que tuvieran no solo audacia y visión, sino la voluntad de arriesgarse al fracaso. Yo creo que Santos ha sido un presidente audaz al abrir un proceso de paz en medio de una virulenta oposición por parte del Uribismo. Ha sido también un presidente con visión histórica al plantear el fin del conflicto como un comienzo para edificar una democracia más incluyente y más real, así no haya sido muy hábil en comunicar estas ideas. 

Sin embargo Santos le teme arriesgarse al fracaso. No se ha jugado como debiera por sus ideas y su pelea la ha hecho a medias. 

Creo que este gobierno ya no puede gobernar con ese paso temeroso y que le llegó la hora de jugarse a fondo por la paz y asumir que está dispuesto incluso al fracaso por llevarla a buen puerto. 

Las democracias fracasan cuando no solucionan los problemas de la sociedad. Y el gran problema de la democracia colombiana es que ha sido incapaz de solucionar la violencia en estos últimos 60 años. Y cuando eso sucede, surgen de entre las piedras, los movimientos populistas que se las ingenien para ofrecen falsas promesas a los problemas reales.  Y ese monstruo del populismo no ha sido derrotado en Colombia, así hoy Santos haya ganado las elecciones. 

domingo, 1 de junio de 2014

Semana del 2 al 6 de Junio

Nuestra Extraña Época

Nuestra extraña época

William Ospina
BORGES DECÍA QUE LA DEMOCRAcia, tal como hoy la entendemos, es “ese curioso abuso de la estadística”.
Por: William Ospina
La estadística, que sin duda es un instrumento valioso para entender ciertos fenómenos, se ha vuelto en nuestra época la piedra filosofal. Antes todo querían convertirlo en oro, ahora todo lo convierten en cifras. Todos los días nos llevan y nos traen con cifras que nos producen la ilusión de que todo es medible, de que todo es contable, y a veces perdemos la visión de la complejidad de los hechos gracias a la ilusión de que entendemos el mundo sólo porque conocemos sus porcentajes.
Cifras llenas de importancia que, por lo demás, cambian de día en día. Los gobernantes suben y bajan en popularidad como en una montaña rusa al empuje de los acontecimientos, y están aprendiendo que a punta de escándalos, de riesgos y alarmas, es posible mantener el interés y hasta la aprobación de la comunidad.
Nadie parece preguntarse si detrás de esas cifras hay hechos profundos y datos verdaderos, si detrás de esas alarmas cotidianas hay cambios reales, si detrás de esos éxitos atronadores hay verdaderas transformaciones históricas.
Roma creyó que era posible gobernar con pan y circo. El mundo contemporáneo le está demostrando que en esa fórmula sobraba el pan. Vivimos en la edad del espectáculo, en la edad de la satisfacción inmediata, ya quieren que nadie se pregunte de dónde viene ni para dónde va sino sólo cuál es el próximo movimiento, cuál es el último acontecimiento. Las modas han reemplazado a las costumbres, las noticias a las tradiciones, los fanatismos a las religiones, la farándula a la política.
Paul Valery decía que llamamos civilización a un proceso cultural por el cual la humanidad tiende a ponerse de acuerdo sobre valores cada vez más abstractos. Y es verdad que allí donde las sociedades primitivas luchan por la tierra, por el oro, por la acumulación personal, las sociedades organizadas luchan por la libertad, por la justicia, por la igualdad de oportunidades, por la dignidad, por la legalidad.
En una sociedad primitiva, si la ley es un estorbo para alcanzar un fruto concreto, se viola la ley con arrogancia y con descaro. Ello permite logros inmediatos pero vulnera ampliamente el pacto social, deja a algunos protagonistas más fuertes pero a la comunidad inevitablemente más débil.
Hay una conspiración en el mundo contra la lucidez, contra la lentitud, contra las serenas maduraciones, contra los ritmos naturales, contra el esfuerzo, contra la responsabilidad. La inteligencia, por ejemplo, es estorbosa a la hora de lograr la unanimidad: es mucho mejor la disciplina y la sumisión.
Las cosas profundas maduran lentamente, pero ahora se quiere que todo sea útil enseguida, no viajar sino llegar, no aprender sino saber, no estudiar sino graduarse, y terminamos creyendo que vale más el resultado que el proceso. Si las semillas tardan en retoñar, piensan que hay que intervenir los procesos para que las semillas revienten antes, para que la planta brote más pronto, para que la tierra extreme su trabajo y las cosechas se multipliquen.

La tradición nos enseñó que todo logro requería un esfuerzo, esta sociedad nos soborna con la ilusión de metas sin caminos, de felicidades sin méritos, de placeres sin contradicciones, de paraísos sin serpiente. Quieren hacernos creer que es posible vivir en un mundo donde nuestros actos no tengan implicaciones morales ni consecuencias prácticas, una felicidad sin esfuerzo y sin responsabilidad, un orden de la realidad puramente lúdico donde nada tiene graves consecuencias.
La gran seducción de las pantallas de nuestro tiempo nace tal vez de que en ellas todo pasa y nada permanece, de que allí todo lo vemos y nada parece comprometer nuestra responsabilidad. La función seguiría aunque no estemos allí para verla, no estamos personalmente implicados en ella. Los noticieros traen datos alarmantes, crímenes, guerras, accidentes, pero enseguida nos dan el postre frívolo que facilite la digestión: aunque acaben de morir cien mil personas por un sismo en la China el juego en el estadio sigue invariable, por la pasarela fluye el desfile sin interferencia… nada ha pasado. Y es que en la pantalla todo equivale a todo, no hay escala de valores, orden de prioridades, un bombardeo es igual a un chisme de farándula, un acto de gobierno es casi lo mismo que la voltereta de un funámbulo.
Como en los dibujos animados, como en los juegos electrónicos, como en los cuentos de hadas, nadie muere realmente, nadie se equivoca, nadie fracasa. La realidad virtual es la única, mientras todo ocurra en la pantalla nada es verdaderamente conmovedor, ni aterrador, ni fatal.
Basta pulsar el control remoto y un juego de tenis reemplaza los campos de muerte, un conejo animado sustituye los crímenes, una Venus de Yves Saint Laurent borra los rehenes que languidecían en sus selvas. Por eso no es extraño que la pantalla guste más que la vida: en la vida hay problemas reales, dificultades que exigen decisiones, dramas sociales que reclaman criterio, espíritu crítico, esfuerzo y responsabilidad.
¿Podrá llegar a alguna parte una sociedad que cada vez más busca sólo el pacto lúdico del placer inmediato, el terror virtual de las inmolaciones sin consecuencias, la adrenalina de las catástrofes interrumpidas por la pausa publicitaria? No es de extrañar que el único criterio que sobreviva sea la tenue capacidad de decidir entre marcas, entre fanatismos, entre colores, entre ornamentos.
No es de extrañar que escojamos a los gobernantes por la fotografía, las profesiones por su virtual éxito económico, las amistades por la ropa que usan, las ideas por cuán fácil sea obedecerlas y aplaudirlas. Y que no le queden a una juventud desorientada, enfrentada de repente a los dramas verdaderos de la vida verdadera, más opciones que la desesperación, la impaciencia, la neurosis, las evasiones narcóticas, el consumo compulsivo, el aullido y la nada.